La
vida en las escuelas se ha convertido en un tema de debate en las últimas décadas.
Por un lado los cambios realizados en el currículum, organización y en los
valores de equidad y ciudadanía de
la LOGSE
ha provocado en muchos profesores un sentimiento ambiguo sobre el sentido de
la educación. La violencia en diversas manifestaciones y un amplio abanico de
conflictos están presentes en el día a día escolar. La complejidad de la
sociedad se refleja directamente en la escuela, quien, a modo de espejo de esa
sociedad, observa cómo los cimientos de conocimiento y sabiduría tienen que
compartir espacios ideológicos con aspectos prácticos y conflictos sociales.
Los
conflictos escolares tales como la disrupción en el aula, la falta de
motivación del alumnado, la flexibilización organizativa ante la avalancha
de población estudiantil diversa, el maltrato entre iguales, las relaciones
distantes con las familias, los
destrozos y vandalismo del material e instalaciones, la crisis de autoridad
del profesorado, etc., son temas de debate que recurrentemente están
presentes en los claustros de los centros escolares.
Todos ellos, sin embargo son percibidos como elementos negativos cuyo
abordaje produce desazón, miedo y que cuestionan el sentido de la escuela.
Esto supone que a menudo se evite la confrontación, o bien se intente
suprimir o cambiar al culpable y en el mejor de los casos se busque su
prevención para que no aparezca el problema. Por ende, desde una perspectiva
tradicional de la disciplina basada en la autoridad del profesor, se sostiene
la idea de que éste debe ser el responsable de
atajar, solventar y actuar como guía corrector de las dificultades y
conductas indebidas de los alumnos. Por esta razón la vida escolar está
salpicada de palabras tales como disciplina, castigos, correcciones, etc.,
estrategias a partir de las cuales se espera la mejora de la dinámica de
relaciones interpersonales en la escuela.
Desde
una perspectiva de resolución de conflictos el interés de la acción
educativa gira en torno a una concepción del conflicto como elemento
educativo, en cuanto que tanto los alumnos como los miembros adultos de la
comunidad tienen la posibilidad de resolver y negociar posibles problemas. En
infinidad de ocasiones el conflicto permite el diálogo y el contraste de
opiniones e intereses sobre un mismo hecho. En el proceso de llegar a acuerdos
las partes implicadas intervienen en su resolución, lo que permite y exige
asumir responsabilidad en la toma de decisiones.
El
conflicto es, pues, asumido como un elemento consustancial al proceso escolar
y, sin menospreciar la necesidad de una mejora de las relaciones, el énfasis
se centra en el proceso de resolución y de llegar a acuerdos tanto o más que
en la solución eficaz y efectiva de los mismos de forma instantánea. Se debe
tener en cuenta que en la mayoría de los incidentes de disrupción en el aula
o indisciplina y de maltrato entre iguales las relaciones interpersonales son
parte del meollo del problema y por lo tanto la intervención educativa ha de
buscar la creación de relaciones justas entre alumnos y profesores y alumnos
entre sí.
Más aquí
No hay comentarios:
Publicar un comentario